El combate al coronavirus en primera persona: una noche en la vida de Cristian, el enfermero que soñaba trabajar en una guerra.

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Cristian Rampogna hizo la carrera de enfermero hace diez años. Tenía 20 y un objetivo: poder recorrer el mundo en misiones humanitarias. “Ir a zonas de desastres, o a guerras, catástrofes; esas cosas”, cuenta con un tono de timidez, como si estuviera, ahora mismo, ante una premonición consumada.

Es decir, para él, la enfermería era nada más y nada menos que un puente que unía su vocación de servicio con algún lado desconocido del mundo por conocer. Pasaron diez años de aquella idea. En el medio, desencantado con el sistema sanitario, Cristian se dedicó a otra cosa. Pero luego volvió. Otra vez esa idea del presagio. Tres años después de retomar la profesión, finalmente el sueño de viajar se iba a cumplir en mayo de este año. Tenía planificado instalarse en Angola, África, con su novia: él enfermero, ella administrativa en los sitios de campaña. Pero todo cambió.

No hizo faltar ir hacia el conflicto. El desastre, de alguna manera, vino hacia él. “A mí personalmente me resulta un reto. No sé cuántos enfermeros viven una pandemia en la historia. Esa cosa de las guerras. Es todo nuevo para la mayoría de los enfermeros. Y se nota mucho más miedo”, cuenta ahora, y el tono de timidez se mueve hacia el de orgullo.

Cristian integra el plantel de enfermeros que combate el coronavirus en una clínica privada porteña. Trabaja en el turno noche. Desde las 21 hasta las 7. Entra a su trabajo de noche y sale de día.
“Todos los días va cambiando, todavía no sabemos bien a qué nos enfrentamos. Me gusta esa adrenalina”, admite. Hace una semana, en la Clínica Adventista Belgrano, donde trabaja, Cristian había tenido que atender apenas un caso de Covid-19 positivo. Un paciente joven que había llegado de otro país y rápidamente volvió a su casa.

La actualidad es bien distinta. Días atrás las autoridades del sanatorio destinaron un piso específico para tratar casos sospechosos y los separaron del resto de pacientes con problemas respiratorios. Cuenta Rampogna que los primeros días tenían un paciente, o dos. “Hoy las 12 camas de la sala están siempre ocupadas”, advierte. Cambió el foco de sospecha sobre los síntomas y el coronavirus aumentó su dominio del territorio.

No quiere decir que todos salen de allí con el test positivo. En general es al revés. Hay uno o dos con coronavirus, en promedio, y el resto se va a su casa, a continuar la cuarentena obligatoria. Pero todo lo establecido se desvaneció. “El ritmo de laburo cambió, ahora es como que todos nos estamos adaptando. Si les da negativo se quedan para otra patología. O la mayoría de los positivos siguen la internación en la casa. No hace falta que ocupen camas en la mayoría de los casos”.

Según lo que observa en su trabajo cotidiano, Cristian entiende que los más afectados suelen ser los adultos mayores, si tienen EPOC, insuficiencia cardíaca. “Los que tienen problemas son los que tienen una patología previa. La mayoría la pasa tranquilo: uno o dos días de fiebre. El tema es que son muchos. Si no hubiera cuarentena obligatoria habría muchos contagiados y no daríamos abasto”.
Entre las diferencias de la era pre pandemia y la actual, lo primero que ve Rampogna es que se acabó el “derroche” con los insumos: “Ahora hay mucho control. Se cuida cada cosa que tenemos».

Todo “cambió muchísimo”, cuenta Cristian. “El laburo es el mismo. El tema es que ahora todo el tiempo usamos barbijo, todo el tiempo usamos antiparra o máscara facial. No entramos a ninguna habitación sin barbijo o sin antiparra facial. Lo usamos todo el turno y se te complica mucho más para hacer las cosas. Es mucho más difícil, transpirás más, no ves bien, tardás un poco más de tiempo y la pasás un poco peor”, describe.

Admite que no sabe cómo seguirá la pandemia. “Me preocupa. Desde que empezó veía cómo pasaba todo en Italia y España y lo que más me preocupa es el colapso del sistema de salud, porque me daba cuenta que no íbamos a dar abasto si no se hacía algo. Si se contagia un compañero o yo, no sé, tienen que cerrar el turno entero. ¿Y de dónde sacan enfermeros? Lo más preocupante es el colapso”, opina.

La pandemia también cambió la dinámica laboral interna. Se terminaron los abrazos, los mates, los besos. Y también se modificó su relación con el afuera. Todo lo que hagan mal en la clínica puede complicar la salud de la gente que vive con ellos. “Es todo nuevo para la mayoría de los enfermeros. Se nota mucho más miedo. En el entorno hospitalario tenés miedo de llevarte algo a tu casa siempre. Es un cambio, para entrar a una habitación tardás mucho más. Estás cinco minutos tranquilamente preparándote. Y otros cinco sacándote la ropa. Lleva mucho más tiempo”, explica.
El cansancio durante el trabajo es una trampa más de esta guerra invisible. La mente también flaquea. Pero es ahí cuando los enfermeros saben que más atentos deben estar: “Hay un momento que pasa el turno, estás re cansado y corrés el riesgo. Lo que cambió no es la forma de cuidarnos sino la cantidad de gente que es agente de contagio. Y a mayor cantidad corrés más riesgo. Muchos se están bañando antes de irse, antes la mayoría no lo hacía. Nos dieron otros uniformes que quedan acá. Se nota un cambio en la forma y en la cabeza de todos”.

Los enfermeros además cumplen un rol importante como vínculo con los pacientes, que están aislados y en soledad. Ellos observan que el ánimo de las personas es peor en el momento en que son casos sospechosos. “Cuando se van a casa veo mucho alivio, cuando les dan el resultado. Si les da positivo en general están bien. La incertidumbre es un bajón. En ese momento se sienten muy solos. Nosotros no podemos entrar, casi no tienen contacto con nadie solo por teléfono. Están muy aburridos”, describe Rampogni.

Cristian cumplió este año una década como enfermero. Cuando se recibió pasó dos años como empleado en otra clínica privada. Pero abandonó, hastiado de lo que explica, es un sistema que mira a los pacientes como clientes y no como personas. Abandonó y se fue a trabajar a un teatro y una radio en Necocohea. “Es frustrante ver que si tenés más plata tenés más chances de salvar tu vida, es cruel”, reflexiona.

Dice que eso es lo que menos le gusta de ser enfermero: “Trabajar en este sistema de salud. No es que viene más rápido el enfermero si tenés plata, pero te llega más rápido el tratamiento. Es como todo”.
“Había estudiado enfermería para irme de misionero. En la primera semana de mayo nos estábamos por ir a Angola a trabajar de misioneros y tenemos que esperar», cuenta, sobre las razones que lo pusieron de nuevo dentro del ambo de enfermero. Habla en plural porque la idea era irse para África junto a su novia, que es locutora.

“Me gustaba la idea de viajar, conocer otros lugares y hacer algo útil. Nunca me imaginé que iba a pasar esto. El sueño de todo misionero es irse a alguna zona de catástrofe o guerra. De alguna manera esto que pasa me copa. Es una experiencia única”, reconce Cristian y cuenta que se anotó como voluntario en el Ministerio de Salud para ayudar a las casi 3.000 camas dispuestas en el centro sanitario que el gobierno armó en Tecnópolis.

“Adrenalina”, sintetiza Rampogna para explicar qué es lo que más le gusta de ser enfermero. “Nunca querés que pase algo terrible como esto. Pero cuando te pasa siempre buscás estar preparado y que te salga todo bien. Eso es lo que te queda”, asegura Cristian en la charla con Infobae, después de toda una noche de trabajo. No terminó la frase este enfermero en pleno combate: “Lo que te queda es la historia que vas a contar después”.
Fuente: www.infobae.com